martes, 28 de agosto de 2012

El profesor enfadado

Lo he tomado prestado del Facebook.:
 
Esta es la historia de un profesor que andaba molesto desde que se levantaba hasta que se acostaba. En las mañanas se vestía a toda prisa y si su corbata no coincidía con el quinto botón de su camisa, ya empezaba mal el día.
Iba al colegio y en el camino gustaba mirar las flores, porque amaba los colores.
Pero si en la hilera de pétalos rojos aparecía un pétalo blanco, enseguida se enfadaba y miraba fijo en otra dirección. Entraba a la sala de profesores y saludaba a sus colegas, con frases del estilo: “bienvenido al tormento”, que ellos respondían con un gruñido. En la clase no aguantaba pulgas. No quería risitas al fondo ni preguntas tontas, porque eso lo ponía de vuelta y media. Al mediodía se sentaba solo, con un libro abierto y tomaba su merienda. Mientras leía, masticaba con gusto los bocadillos que su mujer le preparaba. Pedía un café. Si el líquido rebasaba la línea de la taza, volvía a su sitio apretando el plato y maldiciendo. Afuera, la algarabía de los niños le ponía los nervios de punta. Porque también detestaba los recreos, sobre todo cuando atravesaba el patio y alguna pelota rozaba su cabeza.
O cuando un chico, colorado como un tomate, tropezaba con él. De inmediato volaba al baño a limpiarse el sudor. A la hora de salida, una pequeña sonrisa animaba su rostro. Pero enseguida volvía su fastidio si escuchaba murmullos en la fila. Permanecía un rato más en el colegio, corrigiendo cuadernos. Cada dos segundos decía palabrotas porque faltaban tildes o sobraban comas. A menudo le provocaba estrujar un cuaderno y tirarlo al suelo. Regresaba a casa cargado de libros para preparar la clase del día siguiente. En el camino disfrutaba la caída de la tarde: poca gente en las calles, las tiendas desoladas y los parques sin niños.
Seguía con los ojos la sombra de su cuerpo. Le agradaba que su figura se alargara, pero si se recortaba y ensanchaba se ponía de un humor de perros. En casa lo esperaban su mujer y su hijo. Él ya había terminado las tareas y ella lo atendía como a un rey. Juntos comían en silencio. Sólo el profesor decía unas palabras y su mujer asentía. Nunca su hijo hacía preguntas. Más tarde veían unos programas de televisión y al primer bostezo del profesor, todos se acostaban sin hacer ruido.
El profesor sentía que su hogar era perfecto, pero había algo que le molestaba y no lo dejaba dormir tranquilo. Así era todos los días, hasta que un día leyó un cuento titulado The grumpy teacher. Estaba en plena merienda y de a pocos abandonó el bocadillo que había preparado su mujer.
La historia contaba de un profesor que renegaba todo el santo día y que una tarde se disfrazó para saber si su hogar era perfecto, como él creía. Llegó vestido de fontanero, con nariz y bigotes falsos. Ni su mujer ni su hijo lo reconocieron y él los encontró correteando por la casa.
“Nunca los había visto así”, se dijo el profesor.
Los escuchó después, mientras fingía reparar una fuga de agua. Hablaban de ciencias naturales (eran sin duda las tareas) y el niño hacía mil preguntas.
“Como mis alumnos”, pensó el profesor.
Luego de un silencio, la mamá y el hijo soltaron grandes risas.
“Parecen felices… sin mí”, se dijo el profesor muy triste. Tan triste que no pudo continuar y ahí terminó el cuento.
Nuestro profesor se quedó pensando, de codos sobre la mesa con su pan mordisqueado y su café frío. Un buen rato después, se puso de pie. Caminó a la Dirección del Colegio y conversó con el Director. Salió del despacho, atravesó el portón del colegio y volvió a su casa, que a esa hora estaba vacía.
De qué otro modo puede terminar este cuento, si no es que el profesor se sentó a escribir el cuento que lees.
Del cuaderno inédito Notas de colegio (Memorias)



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